Antes de comenzar a leer este artículo, te recomendamos que lo hagas si tienes un conocimiento previo sobre Design Thinking y Lean Startup, ya que se realizan reflexiones sobre ambas disciplinas. ¡Bienvenido/as!
Design Thinking o Lean Startup
Probablemente has escuchado en multitud de ocasiones eso de que en tu organización tenéis que imitar a las startups en la forma en la que se mueven, en cómo lanzan productos a mercado, en sus tiempos récord de llegar al cliente con una nueva propuesta de valor y, en definitiva, en sus formas y maneras de innovar.
Y, probablemente, también te habrás dado cuenta ya de que esto no es tan sencillo. Básicamente porque la estructura de una startup, su cultura, sus procesos o su propósito, entre cientos de diferentes factores, no son ni parecidos a los de una pequeña, mediana o gran compañía. ¿Y sabes por qué? Porque una startup no es una empresa en miniatura. Al igual que una gran organización no es una startup en grande.
Si un proyecto de innovación sale mal en una gran corporación, es muy extraño que provoque el cierre de la organización y un despido masivo de sus colaboradores. En cambio, un error grave en la selección del mercado objetivo, del tipo de funcionalidades del producto, etc. en una startup, provocará en el 99% de las ocasiones su extinción si además va acompañado del fin de sus recursos (tiempo y dinero) para encontrar y validar su modelo de negocio. Estos pequeños matices, hacen que la cultura, el mindset innovador en uno o en otro entorno (startup vs empresa) sea radicalmente diferente.
En cambio, hay algunos aspectos en los que ambos mundos, tienden a converger. La necesidad de:
- Transformar ideas en productos de éxito.
- Entender lo que el cliente realmente necesita y espera.
- Definir una propuesta de valor que sea percibida por el cliente como diferente, relevante y difícilmente imitable por la competencia.
- Conseguir hacer todo esto posicionando al cliente en el centro del proceso.
Desde el punto de vista metodológico, podríamos decir que estos puntos anteriormente citados podrían ser la carta de presentación de dos métodos bien conocidos entre los equipos de innovación y/o desarrollo de soluciones: Design Thinking y Lean Startup.
Ambos métodos están centrados en el cliente y son potentes instrumentos para la innovación. En cambio, no son exactamente lo mismo, no siempre se pueden complementar y, según sea tu situación, te convendrá comenzar por uno o por otro.
Pero entonces, ¿no es un proceso lineal en el que primero aplicamos Design Thinking, luego Lean Startup y luego Agile? No. Ojalá pudiera simplificarse así para garantizar el éxito en el lanzamiento de un producto al mercado, pero creo que todos los que estéis leyendo este artículo y lo habéis puesto en práctica real, sabéis que no es así.
Las “washing instructions” a la hora de usar Design Thinking o Lean Startup
A riesgo de que se produzcan lagunas de información, pero con el foco en su rápida comprensión y abrir un hilo que nos permita seguir hablando y profundizando en próximos artículos, trataré de condensar en la siguiente tabla algunos de los criterios que deberían ayudarte a la hora de tomar una decisión sobre qué metodología elegir:
¿Es posible usar ambas disciplinas en nuestra compañía?
Rotundamente sí. De hecho, si realmente quieres tener un sistema robusto de innovación necesitarás de ambos apoyos.
Design Thinking te permitirá ser capaz de entender con una mayor profundidad y un enfoque sistémico los nuevos retos a los que tu organización se ha de enfrentar continuamente. Además, ayuda a que los equipos desarrollen competencias clave en la innovación corporativa: trabajo colaborativo, perder el miedo a la divergencia, aprender a cuándo debemos dejar a nuestro lado más creativo producir grandes volúmenes de posibles soluciones, sin filtro, y cuándo debemos tratar de converger para que la realidad sea más manejable y podamos construir prototipos para validar con los clientes nuestras soluciones.
Lean Startup aportará a tu organización el principio del empirismo en la forma de diseñar nuevos modelos de negocio y lanzar al mercado nuevos productos y soluciones. Nada se asume ni se da por hecho. Parafraseando a Steve Blank (padre del Customer Development, alma del Lean Startup), “no existen hechos dentro de la oficina”, por lo que todo arranca por una buena definición de hipótesis y la construcción de experimentos (rápidos, sencillos y que nos permitan aprender el máximo posible) para salir a la calle a tomar contacto con la realidad e intentar derrumbar dichas hipótesis. Si sobreviven a nuestro experimento, estaremos cada vez más cerca de los hechos y las certezas, principios vitamínicos de los que se nutre Lean Startup para asumir que un producto o servicio realmente da respuesta a un problema real, que existe un público dispuesto a pagar por ello y que hemos descubierto cuál es el motor de crecimiento de nuestro modelo de negocio (hipótesis, experimentos, métricas, información suficiente, toma de decisiones).
Y Agile, ¿qué pinta en todo esto?
Podríamos decir, simplificando, que Lean Startup tiene embebido en su filosofía el desarrollo ágil de producto, ya que su enfoque está centrado en la velocidad y el desarrollo iterativo e incremental. Cuando construimos Productos Mínimos Viables, comenzamos con desarrollos rápidos de baja fidelidad para validar o invalidar cuanto antes nuestras hipótesis más arriesgadas (por ejemplo: funcionalidades del producto) y, paso a paso, vamos construyendo sucesivos Productos Mínimos Viables con mayor fidelidad hasta llegar al producto que finalmente será puesto a la venta a los clientes. Esto sería imposible hacerlo desde una filosofía Lean sin un enfoque ágil.
La mezcla de ambas piezas (la aproximación empírica al proceso de diseño de un modelo de negocio + el desarrollo ágil) es lo que nos ayuda a minimizar el fracaso a la hora de construir lo que realmente tenemos que construir, es decir, aquello que nuestros clientes están esperando.
El desarrollo ágil de producto, sin una validación previa de las hipótesis que nos han llevado a decidir que vamos a apostar por este o por aquel otro producto, podría desembocar en una situación bastante poco deseable: producir de forma ágil productos o servicios que no aportan valor y no nos permiten crecer y avanzar como organización.