Gestionar con eficacia y eficiencia a las personas de tu equipo de proyecto, utilizando un liderazgo adecuado a cada uno de ellos, es fundamental para el éxito de cualquier proyecto.
Repito, para el éxito de cualquier proyecto.
Al fin y al cabo, el partido lo ganan los jugadores en el campo, y aunque el entrenador no está dentro del terreno de juego, estoy convencida de que, en esas victorias, tiene bastante que ver.
Un buen entrenador es el que planifica junto con su equipo las jugadas, el que estudia con ellos al contrario para prevenir y evitar situaciones arriesgadas, y es también el que consigue aprovechar las virtudes individuales de todos y cada uno de sus jugadores.
Un equipo con cinco “Ronaldos”, cinco “Messis” y un Iríbar sin un buen entrenador está perdido.
Cuando estamos gestionando a un equipo de proyecto estamos gestionando el conjunto y la individualidad. Al equipo o equipos, y a su vez a cada uno de los individuos, con sus personalidades, sus diferencias, sus similitudes, y sus egos (pensad en el ejemplo de arriba).
Habilidades como comunicación, negociación, gestión de conflictos, motivación, empatía, … son esenciales en un buen Director de Proyectos. De la motivación es donde aparece el concepto de moving motivators que hablamos en el post enlazado.
Lo más habitual en la constitución del equipo de proyecto es que nuestros colaboradores provengan de distintas direcciones dentro de la empresa, tengan conocimientos distintos e incluso vengan de culturas diferentes, y, para rizar el rizo, además estén ubicados en distintas oficinas o países.
Conseguir dirigir a ese grupo heterogéneo, es un esfuerzo titánico, personas con actitudes y aptitudes diferentes, y, en ocasiones, incluso con objetivos dispares. Esta es la gran tarea que el Director de Proyecto debe abordar.
Por todo ello, un Director de Proyecto debe ser una persona empática, asertiva, respetuosa con la multiculturalidad (tan presente en la realidad de los proyectos globales), dispuesta a trabajar en equipo, con creatividad, mente abierta y capacidad para gestionar y adelantarse a los continuos cambios que suceden en cualquier proyecto.
La pregunta es:
¿Estas habilidades y conocimientos se adquieren, o se nace con ellos?
La respuesta –a mi modo de ver– es clara y tajante: Se pueden adquirir.
Las empresas tienen que ser conscientes de que han de gestionar el talento de los que tienen que asumir la responsabilidad de dirigir a otros.
Recientemente leí un artículo que decía: “En aquellas organizaciones en las cuales existe una estrategia de Gestión del Talento asociado a programas y proyectos, el ratio de éxito de los mismos alcanza el 72%, frente al 58% de las que no realizan tal gestión.”
Aunque no lo parezca, un 14% más es mucho. Creo que las organizaciones deberían de pensar en las ventajas de favorecer y cultivar esa Gestión del Talento en sus Directores de Proyecto.
Yo creo firmemente en esa frase que dice que las personas que forman los equipos de trabajo son el activo más valioso de una compañía (frase que tristemente, por exceso de uso ha perdido toda su fuerza).
Ese es el verdadero activo que tenemos que cuidar, y bajo mi punto de vista, nuestra responsabilidad como Directores de Proyecto no es sólo centrarnos en que el equipo realice un buen trabajo, me parece que también es responsabilidad de un buen Director de Proyectos tratar de conseguir que aquellos a los que dirigimos crezcan como personas y como profesionales durante nuestros proyectos.
Hemos de ser realistas, y escribo “tratar de conseguir”. Intentarlo no significa conseguirlo, pero sin duda es nuestra obligación poner todo de nuestra parte para que eso ocurra.
Investiguemos sobre la gestión de personas, busquemos bibliografía, vayamos a seminarios, solicitemos a los que tienen experiencia que nos acompañen (mediante formación o mentoring) en ese viaje hacia el conocimiento, para adquirir esas habilidades que nuestros colaboradores y nuestra empresa tanto necesitan en nosotros.